De niña, me fascinaba lo desconocido. Mirando fijamente a las estrellas, pensaba en todo lo que va más allá de nuestra percepción ordinaria: viajes espaciales, realidades alternativas, extraterrestres, astrología, egiptología y todo lo relacionado con la ciencia ficción. Me atraía lo esotérico. Estos intereses solo sembraron mentiras y me llevaron por el camino de una vida sin Jesús.
Nunca fui atea, puesto que no tenía sentido desde un punto de vista lógico, ni al observar la belleza del mundo. Creía en algún tipo de creador divino, pero a pesar de haber estado expuesta al cristianismo de niña, no hice caso de su mensaje.
Mi mayor obstáculo era el intelectualismo. Era una buscadora con un hambre insaciable de sabiduría. Intenté absorber y descifrar innumerables libros, artículos y páginas web. Por una parte, estaba convencida de que una persona bien educada jamás necesitaría recurrir a una fe trivial; por la otra, me sentía atraída por diversas creencias y doctrinas a las que nunca cuestioné con la misma dureza con la que cuestionaba al cristianismo.
A mediados de la década de 2000, mi obsesión por la ciencia ficción y los extraterrestres me llevó a la metafísica y, finalmente, a la espiritualidad del New Age (Nueva Era), incluido el misticismo oriental, la iluminación y la reencarnación. (No fue sino hasta más tarde que descubrí que la Nueva Era no era sino paganismo antiguo en una nueva envoltura). El atractivo del mundo esotérico era demasiado poderoso como para poder resistirlo.
Mi primera experiencia transformadora con la Nueva Era ocurrió alrededor del año 2008. Una mujer que conocía había estado leyendo algo que despertó mi curiosidad. Cuando le pregunté sobre ello, me miró, claramente escudriñando mi intención. Percibí que dudaba si debía revelarme su secreto, casi como si estuviera sopesando si yo era digna de oírlo.
Finalmente, con una sonrisa maliciosa, me dijo lo que estaba leyendo: un libro sobre un supuesto «maestro ascendido». Compré el libro poco después, y sus enseñanzas antibíblicas me engancharon de inmediato. Creí que por fin había descubierto el verdadero camino del conocimiento esotérico. Sin ser consciente de las advertencias de la Biblia contra la interpretación de signos y presagios, más tarde me convencí de que estaba experimentando congruencias sobrenaturales, en las que cada número, palabra o coincidencia representaba algún tipo de mensaje del más allá.
En 2011, compré mi primera baraja de cartas de oráculo, que son herramientas de adivinación prohibidas por Dios. Confié en ellas para encontrar respuestas, entretenimiento y consuelo, creyendo erróneamente que el universo me guiaba. Mientras tanto, empecé a asistir a eventos, servicios y convenciones espiritistas. Estos se presentan de formas muy distintas, pero a menudo incorporan lecturas espirituales, charlas sobre temas metafísicos, venta de artículos y parafernalia de la Nueva Era, así como talleres experienciales y excursiones por la naturaleza en busca de espíritus.
Me sumergí progresivamente en la Nueva Era, practicando la adivinación, la meditación, las afirmaciones, la visualización, la sanación con cristales y energía, y la limpieza de chakras. Veía estas prácticas como el mejor camino hacia la superación personal y la iluminación. Todo el tiempo, me decía a mí misma que nada de lo que estaba aprendiendo y haciendo podía ser malo porque todo se trataba de «amor y luz». No sabía nada de la enseñanza bíblica de que tu corazón puede engañarte (Jeremías 17:9), y no pude notar cómo Satanás, el padre de la mentira, puede fomentar ese engaño.
La espiritualidad de la Nueva Era alimenta tu ego al enseñar que no existe ni lo correcto ni lo incorrecto, ni la verdad objetiva: todo es solo un paisaje de experiencias por las que pasa el alma. Brinda falsos ídolos a los que adorar, empezando por ti mismo: tú eres siempre perfecto dondequiera que estés. También te enseña a confiar en las experiencias espirituales más que en la racionalidad.
En 2013, cuando el pensamiento de la Nueva Era me tenía firmemente atrapada, la tragedia me azotó cuando mis hijas gemelas murieron después de que entrara en labor de parto prematuramente. Las di a luz en dos días separados en los que sostuve a cada una de mis hijas en mis brazos mientras daban su último respiro. Siempre había sido obstinada y resiliente, pero esta experiencia me quebró. Busqué alivio en prácticas de la Nueva Era, sin detenerme jamás a preguntar de qué necesitaba alivio. Pero también empecé a orar y a pedirle ayuda a Dios.
Las cosas empezaron a cambiar a finales de 2016. Asistí a un evento sobre espiritualidad y vi una presentación de una líder de la Nueva Era de renombre mundial. Era encantadora y fascinante. Predicaba un inmenso amor y perdón ante las luces, las cámaras y el público.
Más tarde, de pie en la cola de su firma de libros, me moría de ganas de expresarle mi gratitud por sus enseñanzas. Supuse que se deleitaría con mis elogios, pero su fría reacción me enseñó una lección. Apenas estableció contacto visual. Su lenguaje corporal era desdeñoso. No pronunció ni una sola palabra de compasión, sino que se limitó a asentir robóticamente. Parecía que apenas podía esperar a irse.
Sintiéndome avergonzada y confundida, salí de la habitación preguntándome qué había hecho. Me pregunté por qué estaba allí. Dios estaba llamando mi atención.
En las semanas siguientes, Dios me mostró que yo había estado adorando ídolos. Me permitió ver que los maestros a los que había estado siguiendo no eran maestros iluminados, sino personas comunes y corrientes, con problemas comunes y corrientes. Presumían de enseñar a los demás cómo superar las limitaciones de la naturaleza humana, pero en el fondo todos eran simples personas —tal como yo— llenas de errores, debilidades y pecado, y en desesperada necesidad de Jesús.
Unas semanas después de aquel suceso, tuve un episodio de parálisis del sueño. En algún momento de la noche, me desperté con la repentina conciencia de que no podía ni moverme ni hablar. Olas de miedo me oprimían: se trataba de un miedo palpablemente espiritual. En ese momento supe que había recorrido un camino peligroso y había puesto mi alma en peligro. Intenté desechar el miedo con mis técnicas de «pensamiento positivo», pero nada cambió. En mi mente, llamé a mi marido que estaba profundamente dormido a unos centímetros de distancia. Luego mi mente llamó a mi madre, suplicando con desesperación infantil, aunque sabía que no estaba allí. Pero los sentimientos de miedo y asfixia solo se intensificaron. Debería haber estado hiperventilando visiblemente, pero mi cuerpo estaba inmóvil y la habitación en silencio.
Entonces llamé a Jesús, y todo se detuvo. Pude moverme de nuevo. Inspiré y expiré con fuerza. Estaba a salvo. Cuando la agonía se disipó, supe que Jesús era real. Supe que la Biblia era real. Y supe que Jesús me había rescatado de la guerra espiritual. El alivio fue indescriptible. Sentí gratitud y admiración por Jesús. Esa noche me cambió para siempre.
Pero durante los tres años siguientes, pasé por muchos altibajos mientras Dios trabajaba en mi corazón. Ansiaba humildad, paz y refugio de mis pecados de adivinación e idolatría, entre muchos otros, pero me llevó mucho tiempo comprender el Evangelio con claridad. Cometí muchos errores durante ese tiempo, principalmente al mezclar ideas de la Nueva Era con la verdad bíblica. Mi intención de caminar con Dios era inquebrantable, pero tenía mucho que aprender, especialmente que la humanidad tiene una naturaleza pecaminosa y que la redención solo llega a través de Jesús. A través de esta nueva lente, tuve que reevaluar mis creencias más fundamentales sobre mi comportamiento, mis relaciones con los demás, la realidad de la verdad objetiva y la resolución de mis problemas emocionales.
Anhelaba la Palabra de Dios, el arrepentimiento, su perdón... y una nueva vida. Deseché materiales de la Nueva Era que valían miles de dólares. Comencé a orar todos los días y a ver prédicas y estudios bíblicos en línea. Leí la Biblia en línea y compré varias traducciones de la Biblia. Y estudié obras de apologética cristiana con las que descubrí abundantes pruebas racionales de la autoridad y veracidad de las Escrituras.
Desde que llegué a Jesús, he compartido el Evangelio a pesar de las burlas o el rechazo de autoproclamados «librepensadores» e intelectuales cultos que creen estar más allá de la fe. Una vez estuve allí, y mi empatía es profunda por aquellos que están perdidos en los mismos engaños del mundo. Mi oración es que el Espíritu Santo les ayude a darse cuenta de que la espiritualidad de la Nueva Era, con su enfoque egocentrista y sus falsas promesas de paz, es un peligroso sustituto de nuestro verdadero salvador, Jesucristo.
Tina Kolniak es abogada y escritora. Actualmente trabaja en una novela de temática cristiana para jóvenes adultos.
Traducción y edición en español por Livia Giselle Seidel.
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