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¡La Navidad ha llegado! Para mis hijos, esto significa la anticipación de recibir regalos. Creo que empiezan a hacer sus listas el 26 de diciembre para el año siguiente. Esperan con ilusión y hablan de sus próximos regalos durante meses y meses.
Cuando por fin llegan los regalos, estos son recibidos con diversas reacciones, algunas más emocionadas que otras. Pero lo que nunca falla es esto: al cabo de una hora, mis hijos están haciendo algo que no tiene nada que ver con los regalos que han estado esperando todo el año. Los regalos terrenales, aunque maravillosos, no causan una satisfacción plena. Nos dejan con ganas de más. Pero hay un regalo que es verdaderamente satisfactorio. Un regalo que sigue dando. Un regalo que nunca nos decepcionará, que nos sostendrá y que siempre estará disponible para nosotros. Ese regalo es Jesús, la Luz del mundo.
Isaías profetizó que un niño salvaría al mundo. Este sorprendente anuncio llegó a un pueblo rebelde en una época oscura. Había guerra y agitación. No había paz. La oscuridad era palpable, e incluso iba más allá de las circunstancias en las que se encontraba Israel. La oscuridad que experimentaban era también espiritual: es la oscuridad que todos experimentamos antes de conocer al Salvador.
Jesús cumple las promesas del Antiguo Testamento de la luz venidera de Isaías 9:2: «El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombra de muerte una luz ha resplandecido».
Esta fue una promesa de buenas nuevas para Israel, como lo es para nosotros hoy. La Luz del mundo ha venido y, si le seguimos, también caminaremos en la luz: tendremos la luz de la vida (1 Juan 1:7; Juan 8:12). No tenemos que temer la destrucción porque se nos ha dado la luz y la verdad, y ya no caminaremos ...